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EL
CENTAVO
Sequía, el
avaro, no perdió dos minutos en dirigirse a su casa para guardar el último
centavo que le cobró sin escrúpulos a uno de sus pobres inquilinos.
El usurero era
frío. Su silencio era cruel. Su casa solo tenía un ruído: el oro de Sequía y
una muda biografía: aquel centavo.
Pero Sequía
inquietóse…Iba a ver el centavo diariamente. Y una mañana se despertó
sorprendido: encontró que la moneda tenía el doble de su tamaño. Poco tiempo
después, el centavo ya no cabía en las manos ni en la caja de hierro de su
dueño.
Pero, ¿a quién
comunicarle un hecho tan útil, tan valioso? Su dueño pensaba que aquello podría
ser su gran mina de hierro.
Sin embargo, fue
inútil el silencio de Sequía. El centavo, en un rápido y extraño crecimiento,
cubría ya la habitación de su amo, amenazando rajar y derrumbar las paredes de
la casa. Desesperado, Sequía hacía astillas su silencio, y como un agua sin
cauce, sale su grito en busca de caminos…
La calle hecha
ojos, rodea al avaro, rodea su casa. En tanto, el centavo, en una desenfrenada
hinchazón, derriba el caserón, y de súbito, invade el pueblo.
Mas los
picapedreros, las dinamitas…Todo ha resultado inútil; pues donde al centavo se
le quita un pedazo, crece inmediatamente renovando lo perdido.
La gente huye
hacia el campo.
Se vuelven de
metal calles y plaza. No queda hondonada, ni agujero, ni llanura. El centavo
por minutos crece más y más. Ahora, su gran masa de cobre se desplaza hacia los
fugitivos; por momentos, da la sensación de que aquellas fuerzas sin límites es
un instinto, un impulso premeditado y dirigido, porque el centavo es un huracán
de hierro sin piedad…
Hombres y
bestias huyen a las montañas. Y el mundo comienza a morir bajo aquella extraña
mole.
Vegetación y
agua han desaparecido.
De pronto, la
poca humanidad que queda en tierra alta ve a Sequía andando sobre la gran
moneda. Y con las lágrimas que caían de la gente que estaba en las montañas,
Sequía, el avaro, se quitaba la sed.
Manuel Del
Cabral (Dominicano)
LA TECNOLOGÍA: EL DIOS DE LA ÉPOCA
Nadie
puede escapar a su época, aunque se muestre distante con respecto a ella.
Comoquiera, el tiempo presente nos marca, nos señala, nos incluye o nos
excluye.
La
tecnología es el tiempo actual y se ha convertido en un fin, en el fin absoluto
del momento.
Saber
tecnología es hoy saber todo. Usarla, es saber usar todo. Se nos dice, “es la nueva alfabetización”. Al
parecer, con un clic, todo estará resuelto.
¿Y
de nosotros qué? ¿Qué nos queda? Nos queda la tecnología, nos repiten. Esa es
la última panacea. El arca de Noé de estos tiempos. Se nos promete que con
conocer y manejar la tecnología y el idioma inglés ya estamos a salvo. Ese es
el gran currículo de la época.
En
esas condiciones no es posible avanzar hacia los cambios que hoy se requieren.
No es posible construir grandes ideales y valores que den sentido a la
humanidad. En lugar de la mira exclusivamente tecnologicista en boga habría que
cambiar todo.
Ese
es el remedio. Sin embargo, ahí llegamos a lo más difícil, a la tarea más
improbable. La búsquedad se muerde la cola, como viajando en un callejón sin
salida.
No
sabemos cómo cambiar, porque la idea de cambio también ha fracasado. El cambio
es la misma tecnología y por eso, hasta el camino del cambio se nos ha perdido.
Hoy cambio es una palabra convencional, hueca, repetida, a la imagen nuestra:
somos instrumentos de los aparatos.
Por
es, los fanáticos de la tecnología esperan el milagro del cambio del nuevo
Dios: las TICS. No seríamos ya homo sapiens,
sino homo tecnologicus. Amén.
Manuel Matos
Moquete (Dominicano)
SUSTANTIVOS
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ADJETIVOS
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VERBOS
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ADVERBIOS
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