martes, 13 de octubre de 2015

TEXTOS NUEVOS PARA SÉPTIMO


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EL CENTAVO

Sequía, el avaro, no perdió dos minutos en dirigirse a su casa para guardar el último centavo que le cobró sin escrúpulos a uno de sus pobres inquilinos.

 

El usurero era frío. Su silencio era cruel. Su casa solo tenía un ruído: el oro de Sequía y una muda biografía: aquel centavo.

 

Pero Sequía inquietóse…Iba a ver el centavo diariamente. Y una mañana se despertó sorprendido: encontró que la moneda tenía el doble de su tamaño. Poco tiempo después, el centavo ya no cabía en las manos ni en la caja de hierro de su dueño.

 

Pero, ¿a quién comunicarle un hecho tan útil, tan valioso? Su dueño pensaba que aquello podría ser su gran mina de hierro.

 

Sin embargo, fue inútil el silencio de Sequía. El centavo, en un rápido y extraño crecimiento, cubría ya la habitación de su amo, amenazando rajar y derrumbar las paredes de la casa. Desesperado, Sequía hacía astillas su silencio, y como un agua sin cauce, sale su grito en busca de caminos…

 

La calle hecha ojos, rodea al avaro, rodea su casa. En tanto, el centavo, en una desenfrenada hinchazón, derriba el caserón, y de súbito, invade el pueblo.

 

Mas los picapedreros, las dinamitas…Todo ha resultado inútil; pues donde al centavo se le quita un pedazo, crece inmediatamente renovando lo perdido.

 

La gente huye hacia el campo.

 

Se vuelven de metal calles y plaza. No queda hondonada, ni agujero, ni llanura. El centavo por minutos crece más y más. Ahora, su gran masa de cobre se desplaza hacia los fugitivos; por momentos, da la sensación de que aquellas fuerzas sin límites es un instinto, un impulso premeditado y dirigido, porque el centavo es un huracán de hierro sin piedad…

 

Hombres y bestias huyen a las montañas. Y el mundo comienza a morir bajo aquella extraña mole.

 

Vegetación y agua han desaparecido.

 

De pronto, la poca humanidad que queda en tierra alta ve a Sequía andando sobre la gran moneda. Y con las lágrimas que caían de la gente que estaba en las montañas, Sequía, el avaro, se quitaba la sed.

 

Manuel Del Cabral (Dominicano)

 

 

LA TECNOLOGÍA: EL DIOS DE LA ÉPOCA

 

Nadie puede escapar a su época, aunque se muestre distante con respecto a ella. Comoquiera, el tiempo presente nos marca, nos señala, nos incluye o nos excluye.

 

La tecnología es el tiempo actual y se ha convertido en un fin, en el fin absoluto del momento.

 

Saber tecnología es hoy saber todo. Usarla, es saber usar todo.  Se nos dice, “es la nueva alfabetización”. Al parecer, con un clic, todo estará resuelto.

 

¿Y de nosotros qué? ¿Qué nos queda? Nos queda la tecnología, nos repiten. Esa es la última panacea. El arca de Noé de estos tiempos. Se nos promete que con conocer y manejar la tecnología y el idioma inglés ya estamos a salvo. Ese es el gran currículo de la época.

 

En esas condiciones no es posible avanzar hacia los cambios que hoy se requieren. No es posible construir grandes ideales y valores que den sentido a la humanidad. En lugar de la mira exclusivamente tecnologicista en boga habría que cambiar todo.

 

Ese es el remedio. Sin embargo, ahí llegamos a lo más difícil, a la tarea más improbable. La búsquedad se muerde la cola, como viajando en un callejón sin salida.

 

No sabemos cómo cambiar, porque la idea de cambio también ha fracasado. El cambio es la misma tecnología y por eso, hasta el camino del cambio se nos ha perdido. Hoy cambio es una palabra convencional, hueca, repetida, a la imagen nuestra: somos instrumentos de los aparatos.

 

Por es, los fanáticos de la tecnología esperan el milagro del cambio del nuevo Dios: las TICS. No seríamos ya homo sapiens, sino homo tecnologicus. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Manuel Matos Moquete (Dominicano)

 

 

 

 

 

 

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